martes, 19 de octubre de 2010

Recuerdos fugaces - Rodrigo J. Gardella

He llegado hasta donde puedo. Mas las limitaciones son sólo físicas. Estoy en Tarifa. En el extremo de un continente, al borde de un mapa. El viento sopla con fuerza. Es caliente y pegajoso. Ya no me oculto como cuando era chico y lo enfrento. Abro la boca para llenarme de viento. Es la mejor manera de enfrentar lo que uno teme. Deseo que no se agote nunca mi reserva de viento. Desde la torre del califa observo la otra orilla que es igual a ésta. Hay montañas como las de aquí. Están tan cerca que si extiendo la mano parece que puedo tocarlas. ¿Cómo es posible que esta delgada franja de agua separe dos mundos tan diferentes?

Me gustaría jugar a la rayuela. Un salto y estoy en Marruecos. Desde allí, sólo un pequeño paso a las Canarias. Con bastante envión llego a Brasil. Bajo corriendo y no paro hasta alcanzar el puntito que preside la bahía de un santo. Jorge es el nombre y me lo imagino con el perfil de un león alado. No entiendo bien por qué, eso queda más arriba, cerca del pueblo de Luis, donde la princesa tomó el té, antes o después (no lo recuerdo) de tocar a las ballenas. Aunque eso está prohibido para cualquiera, pero ella era casi una reina. En el norte de una punta, otras ballenas sombrías comen lobos marinos, mientras los pingüinos del Don que descubrió el estrecho se esconden en sus nidos debajo de la tierra. Me pregunto si a ellos tampoco el viento del sur los deja dormir.

El árbol se sacude como un látigo sobre el techo de casa y las tejas suenan como un piano desafinado. Siempre quise tocar el piano. Entre las maderas se filtra un polvo de tierra y me ahogo. Espero el día o, mejor dicho, la noche (porque casi siempre se presenta de noche) en que el viento arranque el techo de cuajo. Lo imaginé mil veces. Tanto esperar y no estoy preparado. ¿Qué voy a hacer cuando suceda? Envolverme en el acolchado y refugiarme en la planta baja, donde el viento no puede atormentarme. El viento canta me informa la amable señorita de la oficina de turismo. No conoce la leyenda, me pregunta sorprendida. Si no lo oye cantar es porque la tierra no lo quiere. Ya no me parece tan amable. Y por eso me fui. Por culpa del viento.

Frankfurt, 25.08.2010